MADRE TIERRA

Relato enviado por: Luna Negra


Llevaba horas caminando por el bosque. Ya no sentía los pies y tenia entumecidos los brazos. El estómago empezaba a gritar requiriendo su porción alimenticia diaria y se arrepintió de no haber desayunado. El sol le cegaba y las gotas de sudor resbalaban por sus parpados provocandole un escozor bastante incomodo en los ojos. Se hubiera quitado la chaqueta pero no quería cargar con ella el resto del camino; sentía sus axilas empapadas y todo su cuerpo pegajoso. Siguió andando.



La llegada del atardecer le alivió el calor y la ceguera pero le prometió una nueva amenaza: la noche. No había comido, estaba cansado y aun no sabía donde se encontraba. El sol se ocultaba muy rapidamente y pensó que lo mejor sería buscar un sitio donde refugiarse cuando aun podía vislumbrar el camino. Oteó a su alrededor y solo encontró arboles. Ni peñascos ni cuevas ni rincones donde guarecerse, solo árboles. ¿Eso es un bulto?. Se acercó, lentamente sin hacer ruido. Casi con el tacto, descubrió un gran tronco hueco tumbado en el suelo. No lo pensó dos veces, se agachó y se metíó como pudo, intentó acomodarse y vio como los ultimos rayos del sol se escondían detras de las montañas, dando paso al atronador silencio de la noche cerrada. Buscando la luna, se quedó profundamente dormido.
......
Flotaba en una nube. Una nube esponjosa y fresca. Acojedora y mullida, le envolvía suavemente y le transportaba lentamente a su destino. Sintío frío y se acurrucó aun más para ver salir el sol. Algo caliente y suave se acercó a su espalda. De pronto estaba en su cama y una gran manta de piel rodeaba su cuerpo haciendole sentir caliente y comodo. Extendió su mano para sentir la calidez de aquel abrigo y volvió a caer en el sopor.
......

Una suave brisa lo despertó. Abrió un ojo y vió la hierba. Tomo consciencia de su situación y volvió a cerrarlo. No quería despertar a su pesadilla de la realidad, prefirió seguir un momento más abrazado a aquel abrigo de piel, sentir su calor y su comfort un rato más. Lo acarició suavemente y una pregunta estupida se cruzó en su mente: ¿Y este abrigo?, yo solo llevaba una sudadera... El abrigo respiró. Bostezó.
Giró la cabeza lo suficiente para encontrarse con un pequeño hocico húmedo junto a su nariz. Se olierón. De un respingo, cayó fuera del tronco hueco donde había pasado la noche. El zorro, aun más asustado que él, se deslizó por el tronco hasta alcanzar la otra entrada. Desapareció entre la maleza tan rapido, que aun no había tenido tiempo de asimilar lo sucedido. Se puso en pie con la rapidez que le permitió su cuerpo maltrecho y continuó con su camino.
Ahora ya no pensaba en como volver a casa. Caminaba sin rumbo sin poder apartar de su mente aquella extraña experiencia. No podía creerse que aquel zorro y él mismo, hubieran compartido cama sin ser conscientes de la situación. Recordaba la sensación de seguridad que experimento en sus sueños, el calor, el tacto de su pelo.

Pisó un charco y levantó la vista... Su mundo se tambaleó ante aquella visión.

Ese bosque tan espeso por el que caminó durante día y medio de pronto se abrió, dando paso a un hermoso paraje digno de un cuento de hadas. Un gran lago se extendía hasta la base de las montañas. Entre los arboles, cientos de animales se acercaban a beber sin percatarse de su presencia. Los ciervos junto a los lobos y los zorros, pajaros, peces, renos, todos conviviendo en perfecta armonía como despues de firmada una tregua. Aquel debía ser el eden de los gnomos. Se fijó en la vegetación; flores de mil colores inundaron su visión. Arboles gigantescos se elevaban hacia el sol dejando sus frutos a la vista de los mas bajos. Frutos que le recordaron a su estómago que llevaba más de 48 horas sin comer. Aun con la boca abierta por la sorpresa y sin palabras para describir sus sensaciones, recogió algunas manzanas y ciruelas y se sentó bajo la sombra de un gran chopo a descansar y alimentarse.

Después de una corta siesta, decidió que no caminaría más ese día; su cuerpo y su mente necesitaban un descanso y qué mejor lugar que aquel paraje de ensueño. Solo acertaba a preguntarse cómo, despues de pasar toda una vida en aquella región, no había sabido nunca de la existencia de aquel lugar paradisíaco. Se desnudó y se zambulló en las aguas cristalinas junto al resto de animales sin que éstos siquiera se inmutaran. Lavó su ropa y la extendió en una explanada soleada. Y así, tal como Dios le trajo al mundo, se fundió en un abrazo con la Madre Tierra; un abrazo tan intenso que, por primera vez en su vida, entendió aquella forma de llamar al planeta: MADRE.
......
Había perdido la noción del tiempo. Un día de descanso llevó a otro de contemplación y después vino la meditación. Convivía con los animales, la tierra y las plantas en una auténtica armonía. Apenas pescaba o cazaba alguna presa pequeña, la mayor parte del tiempo se alimentaba de frutas y verduras salvajes que su MADRE TIERRA le ofrecía gustosa. Encontró una cueva semi-oculta entre la maleza que le servía de cobijo en las noches lluviosas. Apenas si recordaba las largas duchas calientes, los platos de gourmet o sus almohadas de plumas. Por primera vez en su vida, se sentía realmente libre. Por primera vez en su vida, se sentía realmente pleno.
Una mañana se levantó con una sensación de vacío. Sorprendido ante aquella novedad, por primera vez desde aquel día en que encontró aquel paraiso, echó en falta una buena conversación y el calor de otro ser humano. De pronto se sintió solo. Y, por fin, decidió ponerse en marcha en su viaje de regreso a la "civilización".
Estaba recogiendo algunos frutos para el viaje cuando algo llamó su atención unos metros más adelante. Una muchacha miraba hacia el lago con la boca desencajada por la sorpresa. Cuando vió su cara, recordó las sensaciones que invadieron su alma cuando llegó a aquel lugar. Los ojos de aquella mujer reflejaban los sentimientos que, durante aquel tiempo, había estado deseando compartir y comprendió en una fracción de segundo que, una vez más, su querida MADRE TIERRA le había obsequiado el mejor de los regalos: una compañera.
Olvidó porqué estaba recogiendo su ropa y olvidó, una vez más, porqué había llegado hasta alli. Se acercó a la chica y le ofreció las frutas que estaba recogiendo junto con la mejor de sus sonrisas.



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