DIA SIN VINO NI ROSAS

Relato enviado por: Delicias de Lola


 Arrastrando mis pies, bajo las hojas húmedas, la fina lluvia calaba mis pensamientos, mi pelo empapado tapaba mi cara, ese rostro con ojeras profundas desde hace algunos meses. Apenas algunos coches cruzaban sus luces entre mis piernas, los charcos brillaban como las bombillas de un musical.

Apostadas en los portales, bajo su maquillaje de horas, las chicas de la montera, chistaban a los clientes que mirando de reojo, coqueteaban con ellas.

Pesadamente subía la calle, mirando los escaparates, sin ver su contenido, solo perdiendo la mirada dentro del cristal, traspasando uno tras otro, engullendo mi vacío en el vidrio salpicado de la lluvia. El olor de las castañas, junto con el carbón, acercaba mi cuerpo al calor de la lumbre.

Sentía frío, llevaba varias horas andando bajo la lluvia, el asfalto soltaba su humedad, escupía salpicaduras a cada paso de los viandantes como una muestra de su molestia.

Compre media docena de castañas, mis guantes mojados sacaban las monedas del bolsillo, con parsimonia, mientras el hombre aguardaba su dinero, seguía removiendo el resto.


Cogí el pequeño paquete y repartí las castañas en mis manos, sentía como el calor llegaba a mis dedos, apenas podía moverlos, jugaba con ellas dentro de los bolsillos del abrigo. Poco a poco se iba abriendo la cáscara dentro del forro, haciendo una mezcla de suciedad, con algún pañuelo de papel, recuerdo de una noche de sonrisas y lagrimas.

El aire soplaba ligero, tibio. Acercaba el cuello de mi abrigo, la solapa acariciaba mi dolorida mejilla, el golpe contra la puerta aunque fortuito, despertó mi letargo… debía de cambiar, dejar de perseguir fantasmas, de revertir mi tristeza, animar mi cuerpo.

El semáforo parpadeaba, esperando a que me decidirá a pasar, era como si o no, si o no, cruzar o no, era decisión fácil o no, la rapidez del parpadeo hacia que mi corazón latiera más rápido, decidir cruzar o no, esa simple elección, me obligaba a pensar rápido, pensaba, pensaba.

Puse el pie en la calzada seguía insistiendo aquel maldito semáforo; mis pasos comenzaron a acelerarse, sin correr pero con la prisa de una mañana de trabajo.

Atravesé la calle. El taxista que esperaba al otro lado dentro del coche, me miro. Su rostro gris, apagado con el palillo torcido dentro de una media sonrisa, dejaba ver una barba de varios días…

Ya al otro lado de la calle, gire sobre mis zapatillas mojadas con un ruido de plástico estridente, la luz del semáforo estaba fijo, quieta con su rojo intenso, los coches pasaban despacio, la ciudad se movía perezosa.

La lluvia empezaba de nuevo a caer, fina, sin ruido, comenzaba a llenar de nuevos los charcos. Bajo el edificio de Telefónica, con las pantallas llenas de publicidad fluorescente, mi cuerpo parecía el de un payaso llorón, en medio de un escenario sin público, sin tener espectadores para esperar un aplauso o una carcajada. Un artista con escenario pero sin patio de butacas.

Aquella sensación de soledad, se extendía por todo mi mundo, viendo sin ver, sintiendo por obligación. La vida debía de empezar de nuevo, ¿por dónde? Quizás por mi autoestima.
Los vagabundos que encontraba por mi camino, retorcían aun más mi sensación de arrepentirme de sentirme como un perro desvalido. Sus rostros pesados, extenúes, mirando la vida pasar. Las náuseas venían de nuevo a mi estomago.

Conseguí llegar a una esquina medio oculta, apreté mi espalda contra la pared, abrí mi abrigo y acogí el frío como una puñalada. Los gritos de una ventana cercana sonaban a pelea de años atrás, donde sin entender la conversación solo escuchaba chillidos voces distintas, ruidos de platos…

Por un momento, el brillo de la luz de la farola, dibujó en mis ojos un destello de soberbia, de rabia contenida. Las lágrimas rompían mi cara, caían frías, rodando y cayendo al suelo. Agache mi cuerpo hacia adelante, apretando los dientes, sin dejar de sentir furia.

Salí corriendo de aquel submundo gris, escondido de todo, reventaba los charcos con fuerza, aplastaba el suelo con la misma rabia que apretaba mis manos al correr calle abajo, esquivando los cubos de basura que iba dejando el camión delante de mí. Ni si quiera me pare a escuchar el piropo absurdo del barrendero de turno, solo extendí mi mano y levantado mi dedo mostré mi desacuerdo con sus palabras.

Intentaba inventar un color mientras corría, dejar ese negro sucio del suelo, pisar un color transparente, limpio, nuevo solo para mí. Apenas sin aliento, con la boca abierta, pare de correr, mi pecho se movía rápido, no era un maratón pero había corrido como si esperase ver la meta al torcer cada esquina.

Llegue frente al edificio de correos, aun con sus andamios. Las escaleras estaban limpias, me senté con la cabeza y las manos ardiendo.

Los búhos se iban llenando poco a poco, de curritos con ganas de llegar a casa y chavales que apuraban el sorbo del mini. Allí estaba, mirándolos, viendo pasar su tiempo y también el mío.

El reloj del Banco de España, anunciaba el despertar de la ciudad, los primeros colores amarillos y naranjas se abrían paso entre el negro plomizo, las nubes grises se desmembraban poco a poco.

El cielo conseguía desperezarse, dejar atrás una noche de lluvia; y yo con el rostro cansado y el cuerpo erguido caminaba hacia casa, soltando melancolía, rompiendo mi prisión de rencor.



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4 comentarios:

  1. Alguna vez nos hemos sentido así. El trayecto que recorre por Madrid, su descripcion me acerca al momento de la y el sentimiento de la persona. Me e sentido muy identificada en un momento de mi vida, asi que le doy un 10 a este relato.

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  2. Muy bonito! y escrito con mucha sensibilidad! Hay frases muy muy buenas!

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  3. Aparte de lo bien escrito que esta, creo que tus palabras son cercanas, uno se siente identificado con las sensaciones que describes. Y aunque es triste en su conjunto, expresas un sentimiento de rabia al final, de superación, de pasar por encima de los problemas y dar pasos adelante. Me siento privilegiado por haber compartido esto conmigo. Muchas gracias amiga.

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  4. Deli, me ha gustado lo que me has contado, yo he hecho ese trayecto muchas veces, y con desigual fortuna, he de decir. Por mucho dolor y amargura que haya, al final te das cuenta que lo que no te mata, te hace más fuerte. Pero sólo te acuerdas en los mejores momentos. No es justo. Hay demasiadas lágrimas derramadas en la acera como para que lo sea. No es justo. Un beso. Fer.

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